Cuento el Don de Ver
por Roberto_LRC · Publicada · Actualizado
Leib Fomento a la Lectura >> Cuento Huichol “El don de ver” de Gabriela Olmos, del libro “El sueño de los dioses” de la editorial Artes de México, de la colección “Libros del Alba”
“EL DON DE VER”
Esa noche, José soñó que se convertía en venado. Y, a partir de ese sueño, todo cambió para él. Uno nunca sueña cosas fortuitas. Su abuelo se lo había dicho: “los sueños son la voz de los dioses, así que nunca debes ignorarlos. Cuando estás dormido, ellos te hablan en secreto, y por eso a veces ves cosas que no entiendes”.
José era entonces un niño, pero muy pronto dejaría de serlo. Y eso no lo tenía tan contento porque entre los huicholes se dice que los adultos son un poco ciegos: las preocupaciones les nublan la vista. Y por eso, pierden la capacidad de ver la verdadera forma del mundo, esa que está detrás de las cosas que vemos todos los días y que sólo pueden contemplar los niños y unos cuantos chamanes.
-¡Cuéntame tu sueño de nuevo! – le dijo su abuelo cuando lo vio tan perturbado. Y él le relató una vez más que el venado había decidido regalarle su corazón. Y que, al hacerlo, había caído muerto.
– pero luego fue rarísimo, abuelo, porque enseguida me salieron cuernos y cola de ciervo, como si en lugar de morir, el venado se hubiera ido a correr a algún lugar dentro de mí.
El abuelo fue el único que le aconsejó ir en busca de ese venado. El resto del pueblo se burló de él.
-Es José, cara de venado, no se acerquen mucho, no vaya a ser que los lastime con sus cuernos.
– y ahora que eres u ciervo, ¿por qué no comes sólo hierbitas?
– ¿Así que te vas a casar con alguna venada? Mucha suerte, mi querido animal.
Pero José procuraba no escucharlos: hay gente que tiene el alma tan llena de dolor que no puede entender que un venado bien puede correr en tu interior.
Esa noche lo soñó de nuevo: él lo perseguía por horas para cazarlo y, al momento de tirar la flecha, era el propio José el que resultaba flechado, el que agonizaba y el que exhalaba su último suspiro.
-Ya te he dicho que lo vayas a buscar – Lo reprendió el abuelo – porque si alguien sacrifica a ese animal antes de que lo encuentres tú, te vas a arrepentir por siempre de no haber escuchado el mensaje de tus sueños.
Cuando José soñó al venado por tercera vez, preparó un poco de comida y algo de agua, y decidió salir a buscarlo. ¿Alguien sabe de una mejor brújula que la nos dejan los sueños y un poco de intuición?
Esa tarde, en la sierra, José lo vio por primera vez. Supo que era el venado que buscaba cuando cruzaron miradas: los ojos del ciervo brillaban como brillan las cosas que uno elige desde el corazón. José apenas pensaba en qué era lo que debía hacer cuando el ciervo salió corriendo. Parecía querer jugar a las escondidas para que José corriera tras él.
Aquél era un juego divertido, pero las huellas del venado, sin que él se diera cuenta, alejaron a José de su casa, de su pueblo, de sus padres, del abuelo, y de todos los parajes que había conocido. Y, de pronto, cayó la noche.
“¡Chin!, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo voy a volver a casa?”, se preguntó José en medio del bosque, con la luna como única compañera, en alguno de los momentos en los que el venado había desaparecido.
Pero José tuvo poco tiempo para arrepentirse porque, tan pronto el miedo se apoderaba de su corazón, el venado se dejaba ver para hacerle saber que siempre hay algo más valioso que el temor.
Así pasaron varios días en los que José no regresó al pueblo. Al principio, lo fueron a buscar en los valles cercanos, y luego lo dieron por muerto. Sólo el abuelo tenía la certeza de que su nieto seguía corriendo detrás del venado.
-A veces los sueños nos llevan demasiado lejos – Les explicaba a todos en la comunidad – pero unos siempre vuelve a donde está su corazón.
Muchos no pudieron entenderlo, y otros tantos no quisieron hacerlo. El abuelo sabía que era inútil seguir explicando: hay adultos que son sordos a la voz de su interior.
Por eso a veces les está vedada la sabiduría; por eso han perdido el don de ver la verdadera forma del mundo.
José no se dio cuenta, tal vez porque la comida se había terminado, porque llevaba varios días en ayuno o porque estaba agotado, pero hacía varias horas que los seguía un cazador de esos que se internan en la sierra para matar sólo por diversión. Una flecha alcanzó al venado que le había dado sentido a sus últimos días.
Cuando José vio al ciervo herido, se le acercó. Le quitó la flecha y trató de sanarlo, pero fue inútil. La vida se escapaba lentamente de aquel animal herido que en su mirada parecía decirle a José: “Gracias por acompañarme en estos momentos”. El niño comprendió que no había nada que hacer y abrazó al venado. Se acercó a besarlo en un rito de despedida y éste exhaló su último aliento sobre el rostro de José. Al ver esta escena, el cazador se sintió un intruso, y partió.
A manera de homenaje, el pequeño juntó piedritas y flores para hacerle a su amigo un santuario en la sierra, el más hermoso de todos. Y ahí colocó su cuerpo.
Todo había cambiado para José, que decidió volver al hogar cuando terminó los honores del ciervo. Aquellos parajes que antaño le habían parecido inhóspitos, ahora tenían sentido: eran los caminos de su amigo el venado, así que a cada paso le parecía verlos mejor y comprenderlos mejor. Y es que, en el calor de su aliento final, el ciervo le había obsequiado aquello que brillaba en su mirada y que lo había invitado a seguirlo. Era el mejor regalo que un hombre podía recibir: el don de ver, que estaba destinado tan sólo a los niños o aquellos que supieran prestar oídos a los mensajes de sus sueños.
Cuando José volvió al pueblo, todos se pusieron tan contentos que hasta hicieron una fiesta. Pero nadie notó el cambio profundo que había vivido José. Sólo el abuelo le dijo:
-Mira tu sombra. ¿Ya te diste cuenta que tiene cuernos y cola de venado?
¡Claro! El abuelo era un sabio. Hace muchísimos años él había vivido una aventura similar. Y también había sido premiado con el don de ver la verdadera forma del mundo.